La guerra que mató a Aquiles by Caroline Alexander

La guerra que mató a Aquiles by Caroline Alexander

autor:Caroline Alexander [Alexander, Caroline]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 2009-10-01T00:00:00+00:00


SIN REHENES

Ahora iré a acabar con Héctor, el asesino

de una vida querida; luego aceptaré mi propia muerte,

cuando Zeus y los otros inmortales deseen traerla.

Ilíada, 18,114-116

Aquiles comunica su firme propósito a su afligida madre y ésta acepta su decisión y hace un último intento de eludir al destino. Tal como todas las tradiciones la caracterizan fuera de la Ilíada, obsesionada siempre por proteger a su hijo (intentando hacerle invulnerable o inmortal, disfrazándole como una mujer entre mujeres), Tetis se entrega ahora a una última estrategia desesperada para impedir la muerte a la que sabe muy bien que está condenado. Nueva armadura, armadura divina, armadura hecha por Hefesto, el herrero de los dioses: en esto deposita Tetis su fe desesperada. La armadura de Aquiles (el regalo divino a Peleo) se halla ahora sobre los hombros de Héctor, y Aquiles no tiene ninguna armadura propia[243]: «No te adentres aún en el fragor de Ares, | espera hasta que tus ojos me vean volver a ti. | Pues volveré al amanecer en cuanto salga el sol | con una armadura espléndida para ti del divino Hefesto», implora Tetis a su hijo.

Aquiles consiente, y Tetis vuela al Olimpo. Durante el largo intermedio hasta que vuelva a aparecer, Aquiles permanece en el campamento aqueo. Entretanto, pese a los valientes esfuerzos de Áyax y Menelao, aún prosigue la batalla por el cadáver de Patroclo en la llanura troyana. Héctor está a punto de cambiar la situación arrastrando el cadáver, pero de pronto Hera toma el asunto en sus manos y, «secretamente, sin que Zeus y los demás dioses se enteren», envía a Iris con instrucciones para Aquiles.

«Levántate, hijo de Peleo, el más terrible de todos los hombres», le dice Iris a modo de saludo a Aquiles y le ofrece un pavoroso relato de los acontecimientos del campo de batalla: los troyanos están intentando arrastrar el cadáver de Patroclo al interior de la ciudad y Héctor «se apresta a cortar la cabeza del suave cuello y a clavarla en agudas estacas».

«Divina Iris, ¿qué dios te envió a mí con ese mensaje?», replica fríamente Aquiles. Su reacción es un toque pequeño pero poderoso; ningún otro mortal se dirigiría de un modo tan desafiante a un mensajero de Zeus. Al enterarse de que a Iris la ha enviado Hera, Aquiles se vuelve práctico; los troyanos tienen su armadura, así que poco puede hacer él. «Sí, ya sabemos también que ellos tienen tu gloriosa armadura. | Pero ve hasta el foso y muéstrate tal como estás a los troyanos», responde Iris.

Y tras decir esto, Iris, la de veloces pies, se fue de su lado;

pero Aquiles, el amado de Zeus, se levantó y Atenea

le echó sobre los hombros poderosos la ondulante égida;

y luego, excelsa entre las diosas, le rodeó la cabeza

con una nube dorada e hizo brotar de ella una llama

cuya luz se veía desde muy lejos. Como cuando se va elevando el humo

en el aire, a lo lejos, sobre una ciudad de una isla,

que los enemigos asedian y durante el día



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